viernes, 12 de abril de 2013

Mi hermano creyó en mí

David Dickson Liahona


Dan me ayudó a desarrollar un talento que yo estaba seguro que no tenía.
A los 15 años aprendí una verdad acerca de mis talentos —o mejor dicho, mi falta de ellos— en un área en particular: no podía cantar.
Participé en las audiciones para una obra de teatro de la comunidad y mi solo a capela sonó tan mal que, por la mitad, un pianista sintió lástima, subió al escenario y empezó a tocar un acompañamiento. Después de eso, prometí que jamás volverían a oírme cantar. Era hora de dejar el canto y buscar otra cosa para hacer, pues una sola experiencia humillante era más que suficiente.
Sin embargo, mi hermano mayor Dan, que era un cantante increíble, tenía otros planes. Varios meses después de mi audición, me preguntó por qué últimamente tenía tanto miedo de cantar.
“Fortalece las relaciones que tienes con tus hermanos y hermanas; ellos pueden llegar a ser tus mejores amigos. Apóyalos en todo lo que sea de interés para ellos y ayúdalos con los retos que puedan afrontar” (Para la Fortaleza de la Juventud, folleto, 2011, pág. 15).
“Soy terrible”, le dije. “No puedo cantar”. Dan no me creyó; a pesar de mis quejas, me convenció de que cantara algo en ese mismo momento. Yo estaba nervioso.
No puedo recordar qué fue lo que canté, pero fue algo corto que apenas se oía y parecía ser la prueba de que no tenía talento aparente para cantar. Recordaré por el resto de mi vida lo que Dan dijo a continuación. “¿Ves?”, me dijo, “yo sabía que tenías buena voz. Sólo tienes que practicar”.
En Doctrina y Convenios 38:25 se nos enseña: “…estime cada hombre a su hermano como a sí mismo”. Si Dan se hubiera burlado de mí y de cómo cantaba, como podrían haberlo hecho muchos hermanos mayores, seguramente habría garantizado que yo no cantara, quizá para toda la vida; sin embargo, Dan me elevó; me infundió ánimo.
Al final, seguí su consejo y practiqué. Para mi asombro, fui mejorando gradualmente. El cantar se convirtió en un gran gozo en mi vida. Canté en muchos coros mientras asistía a la escuela secundaria, a la universidad y después de ella. El canto sigue siendo una de las cosas que me brindan más gozo.
El Salvador enseñó: “He aquí, ¿encienden los hombres una vela y la ponen debajo de un almud? No, sino en un candelero; y da luz a todos los que están en la casa” (3 Nefi 12:15). Por muchos años he podido alumbrar con esa luz al disfrutar y compartir la música, pero jamás podría haberlo hecho sin el aliento de mi hermano Dan.




Fuente: https://www.lds.org

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