El espíritu que sentimos en la Navidad

Hace poco, recordando Navidades pasadas, me di cuenta de que probablemente no hay otra época del año que despierte tantos recuerdos conmovedores como la Navidad. Las Navidades que más recordamos, por lo general, tienen poco que ver con los bienes del mundo, y mucho que ver con la familia, el amor, la compasión y el cuidado.
Muchos años atrás, leí acerca de una experiencia del día de Navidad que ocurrió cuando miles de cansados viajeros estaban bloqueados en el congestionado aeropuerto de Atlanta, Georgia. Una tormenta de hielo había retrasado terriblemente los vuelos que llevarían a esas personas a los lugares donde más deseaban estar en Navidad: muy probablemente, sus hogares.

El hecho era que había más pasajeros que asientos disponibles en cualquiera de los aviones. Cuando algún que otro avión lograba partir, eran más los pasajeros que no subían que los que lograban embarcar.
La Puerta 67 de Atlanta era un microcosmos del enorme aeropuerto. Aunque no era más que una pequeña sala rodeada de vidrio, estaba atestada de viajeros que esperaban volar a Nueva Orleans, Dallas y otros lugares del oeste. Excepto los pocos afortunados que viajaban juntos, había pocas conversaciones en la Puerta 67. Un vendedor miraba distraído al vacío, como resignado. Una joven madre acunaba a un bebé en sus brazos, meciéndolo con ternura en un esfuerzo vano por calmar el leve lloriqueo.
También había un hombre vestido con un traje muy bueno de franela hecho a medida, a quien parecía no afectarle el sufrimiento colectivo. Su actitud parecía un tanto indiferente. Estaba absorto en papeles del trabajo: calculando las ganancias de fin de año de la empresa, quizá. Algún viajero crispado por los nervios, al observar a este hombre ocupado, podría haberlo comparado con Ebenezer Scrooge.
Sólo unos pocos, de los miles atrapados en el aeropuerto de Atlanta, presenciaron el drama de la Puerta 67. Pero, para quienes lo presenciaron, el resentimiento, la frustración y la hostilidad se convirtieron en resplandor.De pronto, el silencio relativo se vio interrumpido por un alboroto. Un joven de no más de 19 años, con uniforme militar, estaba teniendo una conversación un tanto fuerte con el empleado del mostrador. El joven tenía un pasaje de baja prioridad y le estaba pidiendo al empleado que lo ayudara a llegar a Nueva Orleans para poder tomar el autobús que lo llevara a una oscura aldea de Luisiana que era su hogar.
El empleado, ya cansado, le dijo que las posibilidades no eran muchas por las siguientes 24 horas o más. El joven estaba cada vez más desesperado. Inmediatamente después de Navidad, enviarían a su unidad a Vietnam —donde estaban en guerra en ese momento— y si no tomaba el siguiente vuelo, quizá nunca volvería a pasar la Navidad en su casa. Hasta el hombre de negocios levantó la mirada de sus cálculos enigmáticos para mostrar un interés comedido. Era evidente que el empleado estaba conmovido, e incluso algo avergonzado. Pero sólo podía ofrecerle empatía, no esperanza. El joven se quedó en el mostrador, recorriendo ansiosamente con la mirada la abarrotada sala, como si buscara un rostro amigable.
Finalmente, el empleado anunció que el vuelo estaba listo para que embarcaran. Los viajeros, que habían estado esperando largas horas, se levantaron con gran esfuerzo, recogieron sus pertenencias y se dirigieron arrastrando los pies por el pequeño pasillo hasta el avión que esperaba: veinte, treinta, cien… hasta que no quedaron más asientos. El empleado se volvió al desesperado joven soldado y se encogió de hombros.

Al cerrarse la puerta del avión y aumentar el ruido de los motores, el hombre de negocios se dio la vuelta, tomó su maletín y, trabajosamente, se dirigió hacia el restaurante que estaba abierto las 24 horas.
Sólo unos pocos, de los miles de pasajeros atrapados en el aeropuerto de Atlanta, presenciaron el drama de la Puerta 67. Pero, para quienes lo presenciaron, el resentimiento, la frustración y la hostilidad se convirtieron en resplandor. Un acto de amor y bondad entre desconocidos había llevado el espíritu de la Navidad a sus corazones.

Mis hermanos y hermanas, el verdadero gozo de esta época no lo encontramos en prisas por lograr hacer más, ni al comprar regalos obligatorios. El gozo real viene al mostrar el amor y la compasión que nos inspira el Salvador del Mundo, que dijo: “En cuanto lo hicisteis a uno de éstos… más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40).
Al pensar en cómo usaremos nuestro dinero para comprar regalos durante esta época festiva, planeemos también cómo usaremos nuestro tiempo para ayudar a llevar el verdadero espíritu de la Navidad a la vida de otras personas.
Al pensar en cómo usaremos nuestro dinero para comprar regalos durante esta época festiva, planeemos también cómo usaremos nuestro tiempo para ayudar a llevar el verdadero espíritu de la Navidad a la vida de otras personas.El Salvador dio a todos libremente y sus obsequios fueron de un valor inconmensurable. Mediante Su ministerio, bendijo a los enfermos, devolvió la vista a los ciegos, hizo que los sordos pudieran oír y que los mancos y cojos caminaran. Hizo puro lo impuro, devolvió el aliento a los que no tenían vida, dio esperanza a quienes estaban desesperados e iluminó la oscuridad.
Él nos dio Su amor, Su servicio y Su vida.
¿Cuál es el espíritu que sentimos en Navidad? Es Su espíritu: el espíritu de Cristo.
Las Navidades que más recordamos, por lo general, tienen poco que ver con los bienes del mundo y mucho que ver con la familia, el amor, la compasión y el cuidado.
El Salvador dio a todos libremente y Sus obsequios fueron de un valor inconmensurable.
Fuente: https://www.lds.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario