domingo, 24 de febrero de 2013

Cómo enfrentar las dificultades de la vida

Whitney Hinckley


Cuando vengan las pruebas, no olviden que hay alguien que puede traerles paz.
Después de un largo día de enseñar, Jesucristo subió a un barco con sus apóstoles para cruzar el mar de Galilea y enseñar a las personas de la otra orilla. Cristo estaba dormido cuando una tormenta se les vino encima.
Los apóstoles empezaron a temer la tormenta al ser sacudidos por los vientos y su barco llenarse de agua, y despertaron a Jesús gritando: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Marcos 4:38).
Cristo se levantó y calmó los vientos y las olas con Su poder, diciendo: “¡Calla, enmudece!” (Marcos 4:39); y volviéndose a sus apóstoles, les preguntó: “¿Dónde está vuestra fe?” (Lucas 8:25). Cristo les regañó por tener miedo y no recordar que Él puede calmar los mares embravecidos durante una tormenta.
Hace poco escuché a un amigo decir: “A veces la vida es una tormenta”. ¡Cuán cierta es esa frase! La vida puede ser tempestuosa, sacudiéndonos con vientos de desgracia, dolor, vergüenza o ansiedad.
En un himno basado en la experiencia en el mar de Galilea, cantamos:
Cristo con grandes angustias
inclino ante Ti mi faz.
Dolores mi alma acongojan.
¡Oh, mándame Tu solaz!
Olas de males me cubren,
vénceme su furor,
y perezco, perezco, oh, Cristo.
¡Oh, sálvame del dolor!

(“Paz, cálmense”, Himnos, Nº 54)
Cristo no sólo calma los mares físicos, sino que también puede calmar los mares interiores de la mente y el alma.
Cristo no sólo calma los mares físicos, sino que también puede calmar los mares interiores de la mente y el alma. ¿Acudimos al Padre Celestial y a Su Hijo cuando las aguas de la angustia comienzan a inundar nuestro barco? ¿Tenemos suficiente fe para confiar en Cristo?
Es difícil recordar que hay alguien que puede brindarnos paz cuando se nos sacude con tanta fuerza que sentimos que apenas podemos aguantarlo. A veces en la vida simplemente procuramos sobrevivir a la tormenta y nos olvidamos de acudir a Aquél que puede calmarla.
Tal vez la paz no siempre nos llegue como aquel día de antaño en Galilea, y puede que las tormentas y los vientos no los sustituya una calma perfecta. En vez de eso, cuando nos apresuramos a llamar al Maestro y le permitimos que lleve nuestras cargas, nuestra paz puede venir en pequeños recordatorios de Su amor y cuidado, dándonos fortaleza para atravesar la tormenta.
Eso es lo que me pasó un día de abril. Se acercaba el fin de otro año escolar y con él llegaban las preocupaciones, las inquietudes y el trabajo que había experimentado durante los últimos nueve meses. Me encontraba agotada, muy sensible y sola. Sentía como si me estuvieran zarandeando las tormentas de la vida. La conferencia general se iba acercando y yo aguardaba ansiosa escuchar a los profetas de Dios con la esperanza de sentir la calma entrando en mi “alma que sucumbía”.
El último himno de una de las sesiones me trajo mucha paz. Cuando el coro cantaba la tercera estrofa, sentí que el Espíritu calmaba los mares dentro de mí:
Pues ya no temáis, y escudo seré,
que soy vuestro Dios y socorro tendréis.
Y fuerza y vida y paz os daré…
y salvos de males vosotros seréis.

(“Qué firmes cimientos”, Himnos, Nº 40).
Nuestra fe en el poder tranquilizador de Cristo y nuestra prisa por pedir Su ayuda le permiten calmar nuestro corazón durante las tormentas de la vida.
Mi tormenta tal vez no fuera tan tempestuosa como las que enfrentan los demás, pero no es la velocidad de la tormenta lo que hace que nuestro Padre Celestial y Jesucristo estén dispuestos a ayudarnos. Nuestra fe en el poder tranquilizador de Cristo y nuestra prisa por pedir Su ayuda es lo que le permiten calmar nuestro corazón durante las tormentas de la vida.

 

El gozo puede ser nuestro

“Mis hermanos y hermanas, no importa cuán terribles parezcan ser las condiciones del mundo actual; cualesquiera que sean las tormentas personales que afrontemos en nuestros hogares y en nuestras familias, este gozo puede ser nuestro ahora…
“Nuestra fe en [Jesucristo] y la obediencia a Sus mandamientos nos traerán ‘un fulgor perfecto de esperanza’ [2 Nefi 31:20] y disiparán la oscuridad y las tinieblas de desesperación en estos tiempos difíciles. El que tuvo poder para acallar los elementos de la tierra tiene poder para calmar nuestras almas y darnos refugio de la tormenta” (Robert D. Hales, “La fe en medio de la tribulación trae paz y gozo”, Liahona, mayo de 2003, págs. 15-18).



Fuente: https://www.lds.org

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