lunes, 25 de febrero de 2013

Adicto a los videojuegos

Nombre omitido


Pasaba tanto tiempo jugando que dejé de hacer lo que realmente importaba.
Cuando tenía trece años, mi madre me obsequió un videojuego para mi cumpleaños. Los videojuegos eran relativamente nuevos para mí, y éste tenía gráficos muy buenos y era muy divertido. Había receso escolar, así que decidí que terminaría el juego lo antes posible para tener más tiempo de jugar al aire libre con mis amigos.
Una jueves por la tarde empecé a jugar mi nuevo videojuego. Cuando quise acordarme, era ya después de la medianoche y no había hecho mi oración personal; aun así, seguí jugando.
Las cosas empeoraron. Cuando me desperté al día siguiente, lo primero que hice fue encender el juego y empezar a jugar de nuevo. Apenas me detenía para comer o dormir, y lo único en lo que pensaba era en cómo iba a llegar al siguiente nivel del juego.
El sábado por la noche, mi madre me advirtió que si no iba a acostarme temprano, tendría dificultad para despertarme a la mañana siguiente e ir a la capilla. Pero seguí jugando y no me dormí hasta las tres de la madrugada. Al llegar a la capilla, estaba tan cansado que me costaba concentrarme. No pude repartir la Santa Cena y regresé a casa a dormir, completamente exhausto.
Dormí todo el domingo y no me desperté hasta el lunes por la mañana, y lo hice únicamente para seguir jugando. Esa semana sabía que tenía que dormir bien y tratar de acostarme temprano, pero a pesar de eso, seguí desperdiciando mi tiempo con videojuegos. Empecé a pasar más tiempo jugando videojuegos que leyendo las Escrituras. De hecho, hasta dejé de leer durante varios días. Cuando se reanudaron las clases, mamá me prohibió jugar durante la semana, así que aprovechaba los fines de semana para jugar, incluso los domingos.
Al dejar de asistir a los servicios dominicales, dejé de hacer las cosas que eran realmente importantes por algo tan trivial como un videojuego. No estaba siguiendo el consejo de mi abuelo, que en una ocasión dijo: “Nunca abandones las cosas que realmente importan por algo superficial”. Ese consejo siempre me quedó grabado.
Me di cuenta de que debía encontrar equilibrio en mi vida. Algo que me ayudó fue la clase de seminario. En mi escuela secundaria, seminario era parte del programa diario de estudios, y me ayudó mucho. Me dio la oportunidad de aprender a establecer correctamente mis prioridades y a poner al Señor antes que cualquier otra cosa. Si confiamos en Él y le pedimos desde lo más hondo de nuestro corazón que nos ayude con algún aspecto de nuestra vida, el Señor nos oirá. Si verdaderamente deseamos cambiar, podemos hacerlo.
Afortunadamente, no tuve que pasar por un problema grave para dejar los videojuegos. Me bastó con establecer correctamente mis prioridades y limitar el tiempo que pasaba jugando. Sin embargo, eso no sucedió hasta que le pedí al Señor en oración que me ayudara; y Él me ayudó.

¿Es digno de nuestro tiempo?

“Consideremos la forma en que utilizamos nuestro tiempo en las decisiones que tomamos al ver televisión, jugar videojuegos, navegar por internet o leer libros o revistas. Naturalmente es bueno ver diversiones sanas o adquirir información interesante. Pero no todo ese tipo de cosas vale el tiempo que dedicamos para obtenerlas. Algunas cosas son mejores y otras son excelentes”.
Élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles, “Bueno, mejor, excelente”, Liahona, noviembre de 2007, pág. 105.



Fuente: https://www.lds.org

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