lunes, 18 de febrero de 2013

La educación en la vida real

Presidente Henry B. Eyring Primer Consejero de la Primera Presidencia


¿Por qué preocuparse por la educación? Porque aprender es la manera de prepararse para servir tanto ahora como en la eternidad.

Desde los tiempos de José Smith hasta nuestra época, se puede ver la evidencia de que la conversión al evangelio de Jesucristo trae consigo un deseo de aprender. José Smith, cuando era muy joven, tradujo el Libro de Mormón de planchas escritas en un lenguaje que nadie en la tierra comprendía. Lo hizo mediante el don divino de la revelación. Pero posteriormente contrató un tutor para que les enseñara a él y a otros líderes de la Iglesia sobre los antiguos idiomas. José Smith no tenía formación académica formal; sin embargo, el efecto que el Evangelio causó sobre él, le hizo desear aprender más para poder ser más útil para Dios y para los hijos de Dios.
Cuando los Santos de los Últimos Días fueron expulsados de Missouri por el populacho, edificaron una ciudad llamada Nauvoo, en la orilla del río Mississippi. A pesar de la pobreza y de vivir en las fronteras, aún así organizaron una universidad “ ‘para la enseñanza de las artes, las ciencias y los oficios…’ [citado en H. S. Salisbury, “History of Education in The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints”, Journal of History, julio de 1922, pág. 269].
“El primer año académico en Nauvoo fue el de 1841–1842. Probablemente la universidad fuera una de las primeras universidades municipales de los Estados Unidos [véase Wendell O. Rich, Distinctive Teachings of the Restoration (1962), pág. 10]. El plan de estudios incluía idiomas (alemán, francés, latín, griego y hebreo), matemáticas, química, geología, literatura e historia...
“Los estatutos de la Universidad de la Ciudad de Nauvoo sirvieron de cimiento para la Universidad de Deseret (actualmente la Universidad de Utah), establecida por Brigham Young en Salt Lake City en 1850. ‘La formación académica’, dijo en cierta ocasión al Consejo Rector de aquella institución académica, ‘es el poder para pensar con claridad, el poder para actuar bien en la obra del mundo, y el poder para apreciar la vida’ [véase Milton Lynn Bennion, Mormonism and Education (1939), pág. 115]” (en Daniel H. Ludlow, Encyclopedia of Mormonism, 5 tomos, [1992], tomo II, págs. 442–443).
Cuando los Santos en Utah aún estaban sufriendo para producir suficientes alimentos, organizaron escuelas. Sintieron el impulso de elevar a sus hijos hacia la luz y ser más útiles por medio de la formación académica. Dicho impulso es más que una tradición cultural. Es el fruto natural de vivir el evangelio de Jesucristo. Lo vemos hoy en todo el mundo cuando los misioneros regresan a casa tras un breve servicio en el campo, en aquellos que han plantado la buena palabra de Dios y han servido fielmente, invariablemente se despierta un gran deseo de autosuperación; y con ello viene el deseo de aprender más y de adquirir mayores destrezas.
El propósito de las creaciones de Dios y de darnos la vida es permitirnos tener la experiencia de aprendizaje necesaria para volver a vivir con Él en la vida eterna, lo cual sólo es posible si nuestra naturaleza cambia por medio de la fe en el Señor Jesucristo, el verdadero arrepentimiento y el hacer y observar los convenios que Él ofrece a todos los hijos de Su Padre por medio de su Iglesia. El verdadero aprendizaje debe incorporar un poderoso componente espiritual, el cual, cuando es eficaz, refina y eleva los objetivos de toda nuestra formación académica.

Procuren aprender para servir a Dios

El ansia de formarse puede ser una bendición o una maldición, según sean nuestros motivos. Si continuamos procurando aprender para servir mejor a Dios y a sus hijos, es una bendición de gran valor; mas si procuramos aprender para exaltarnos a nosotros mismos, concluiremos en el egoísmo y el orgullo.
Ésa es una de las razones por la que siempre deberíamos poner el aprendizaje espiritual en primer lugar, y por esa razón la Iglesia ha erigido institutos de religión por toda la tierra, siempre y cuando haya un número suficiente de jóvenes miembros. Su formación espiritual en instituto dará forma al propósito y acelerará el proceso de su aprendizaje secular.
El Señor dijo:
“También os doy el mandamiento de perseverar en la oración y el ayuno desde ahora en adelante.
“Y os mando que os enseñéis el uno al otro la doctrina del reino.
“Enseñaos diligentemente, y mi gracia os acompañará, para que seáis más perfectamente instruidos en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio, en todas las cosas que pertenecen al reino de Dios, que os conviene comprender;
“de cosas tanto en el cielo como en la tierra, y debajo de la tierra; cosas que han sido, que son y que pronto han de acontecer; cosas que existen en el país, cosas que existen en el extranjero, las guerras y perplejidades de las naciones, y los juicios que se ciernen sobre el país; y también el conocimiento de los países y de los reinos,
“a fin de que estéis preparados en todas las cosas, cuando de nuevo os envíe a magnificar el llamamiento al cual os he nombrado y la misión con la que os he comisionado” (D. y C. 88:76–80).
El Señor y Su Iglesia siempre han impulsado la educación para que aumentemos nuestra capacidad de servirle a Él y a los hijos de nuestro Padre Celestial. Sean cuales sean los talentos que tengamos, Él tiene un servicio que cada uno de nosotros debe prestar y, el hacerlo bien, siempre requiere aprendizaje, no sólo una vez o por tiempo limitado, sino en forma constante.
En el pasaje de las Escrituras anterior, el Maestro es claro en cuanto al proceso. Podemos esperar que Su gracia nos asista por medio del ayuno, la oración y el trabajo duro, con la motivación de servirle. Basándome en mi propia experiencia, puedo asegurarles que eso no significa que siempre obtendremos las mejores notas, sino que aprenderemos más rápidamente y desarrollaremos nuestras destrezas más allá de lo que podríamos hacerlo sólo con nuestra capacidad natural.
Esto conduce a ciertas respuestas claras a la pregunta de qué significa todo esto para nosotros y, por consiguiente, qué deberíamos hacer.

El aprendizaje espiritual da sentido al aprendizaje secular

Nuestra prioridad debiera ser el aprendizaje espiritual. Para nosotros, la lectura de las Escrituras debiera anteponerse a la lectura de los libros de historia. La oración debiera anteponerse a la memorización de los verbos. La recomendación para el templo debiera ser más valiosa que ser el primero de nuestra promoción. Pero también resulta claro que el aprendizaje espiritual no podría reemplazar nuestro anhelo de aprendizaje secular.
Del mismo modo, el Señor valora lo que aprendamos de los libros de historia y no sólo nos alienta a estudiar los verbos sino también la geografía. Su curso de estudio requiere que tengamos “el conocimiento de los países y de los reinos” (D. y C. 88:79). También se aprueban las cuestiones que abordamos en las ciencias. Es evidente que poner en primer lugar el aprendizaje espiritual no nos libera de aprender nociones seculares. Todo lo contrario, pues concede un propósito a nuestro aprendizaje secular y nos motiva más arduamente para conseguirlo.
A fin de mantener el aprendizaje espiritual en su lugar adecuado, deberemos tomar ciertas decisiones difíciles en cuanto al uso del tiempo, si bien jamás deberíamos tomar de manera consciente la decisión de dejar lo espiritual en segundo término. Nunca. Eso sólo conduce a la tragedia. Recuerden, ustedes están interesados en la educación, no sólo para la vida mortal sino para la vida eterna. Cuando vean esa realidad con claridad, pondrán la formación espiritual en primer lugar y sin despreciar la formación secular. De hecho, trabajarán más arduamente en su formación secular que si lo hicieran sin esa visión espiritual.

Dios sabe qué es lo que ustedes necesitan saber

Parte de la tragedia que deben evitar es el descubrir demasiado tarde que han perdido una oportunidad de prepararse para un futuro que sólo Dios podía prever para ustedes. La oportunidad de aprender otro idioma es para mí un ejemplo doloroso porque mi padre nació en México y creció con el español como lengua materna. Yo viví en su casa durante más de 20 años, pero lamentablemente nunca le pedí que me enseñara ni una palabra de español. Sin embargo, mis asignaciones de la Iglesia me han llevado a tener contactos en México, Centroamérica, Colombia, Venezuela y Ecuador. No fue casualidad que yo naciera en una familia donde el padre hablaba español.
Mi padre fue un gran maestro; era químico. Hasta tenía una pizarra en el sótano para sus hijos y se mostró animado a enseñarme matemáticas. Se pasó horas tratando de ayudarme a solucionar problemas para mis clases de física. Me suplicaba que le dedicara más tiempo a pensar en esas cosas que por aquel entonces me parecían aburridas y carentes de importancia. Años más tarde el Señor me llamó al Obispado Presidente de la Iglesia y me concedió responsabilidades relacionadas con sistemas de computadoras y de comunicaciones. Qué bendición habría sido el que yo hubiera seguido el consejo de mi padre que yo les estoy dando ahora a ustedes.
Su vida está siendo observada con detenimiento, como lo fue la mía. El Señor sabe tanto lo que Él necesitará que ustedes hagan como lo que ustedes van a necesitar saber para hacerlo. Pueden tener confianza en que Él ha preparado oportunidades para que ustedes se formen. No las reconocerán a la perfección, como me sucedió a mí, mas cuando pongan lo espiritual en el primer lugar de su vida, recibirán la bendición que les hará sentirse atraídos hacia determinada formación y tendrán la motivación para trabajar más duramente. Después reconocerán que su poder para servir ha aumentado y se sentirán agradecidos por ello. Tal vez su servicio no se desarrolle en lo que el mundo consideraría un llamamiento de categoría, pero recuerden que el verdadero valor del servicio se hace patente en el juicio de Dios; algunas personas que hayan trabajado de manera anónima serán los verdaderos héroes.

La formación no debiera cesar nunca

Un gran maestro siempre está aprendiendo. El lugar de trabajo de las profesiones cambia tan rápidamente que lo que sabemos hoy no será suficiente mañana.
Nuestra formación no debe cesar nunca. Si acaba en la puerta de la clase el día de graduación, habremos fracasado; y necesitaremos la ayuda de los cielos para saber cuál de entre toda la miríada de cosas que podríamos estudiar sería más sabio aprender. No podemos malgastar el tiempo entreteniéndonos cuando tenemos la oportunidad de leer o escuchar cosas que nos ayuden a aprender nociones útiles y verdaderas. La curiosidad insaciable será nuestro distintivo.
En ocasiones sentimos que debemos escoger entre el aprendizaje espiritual y el secular, pero éste es un conflicto falso para la mayoría de nosotros, en particular para los jóvenes. Antes de tener familias es posible disfrutar de tiempo libre aun en el día más ocupado. Con demasiada frecuencia dedicamos muchas horas al placer y la diversión diciendo: “Estoy recargando las baterías”. Esas horas podrían dedicarse a leer y estudiar para obtener conocimiento, técnicas y cultura.
No es necesaria la tecnología moderna ni disponer de mucho dinero para aprovechar la oportunidad de aprender en los momentos que ahora malgastamos. Tal vez sólo tengan un libro, una hoja de papel y un lápiz; con eso basta, si bien también es necesario tener la determinación de reconocer los momentos de ocio que ahora malgastan.

Dios puede multiplicar la eficacia de nuestro tiempo

Tal vez entre ustedes haya quienes se sienten abrumados por la falta de tiempo, aunque también se puede ver de otro modo: considérenlo una oportunidad de poner a prueba su fe. El Señor los ama y vela por ustedes; Él es todopoderoso y ha prometido: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
Se trata de una promesa verdadera. Cuando ponemos los propósitos de Dios en primer lugar, Él nos dará milagros. Si oramos para saber qué querría Él que hiciéramos a continuación, multiplicará los efectos de lo que hagamos de tal manera que el tiempo parezca expandirse. Puede hacerlo de forma diferente para cada uno de nosotros, pero sé por amplia experiencia que Él siempre es fiel a Su palabra.
Hace años me admitieron en un programa universitario para el cual yo estaba mal preparado. La competencia fue feroz. El primer día de clase el profesor dijo: “Miren a la persona de su izquierda y a la de su derecha. Uno de ustedes tres no estará aquí cuando esto termine”. El horario de las clases ocupaba los cinco días de la semana, desde la primera hora hasta la última. Los preparativos para las clases del día siguiente duraban hasta cerca de medianoche, y a menudo más. Y luego, a última hora del viernes, se nos asignaba un trabajo importante que no se podía empezar a preparar mientras no se nos diera la asignación y cuyo plazo de entrega era para las nueve de la noche del sábado.
Todavía recuerdo las horas de estudio y redacción frenéticos que pasé aquellos sábados. Según se acercaba el plazo de las nueve de la noche, grupos de estudiantes solían congregarse en las inmediaciones de la biblioteca para animar al último y desesperado alumno que a toda prisa trataba de terminar el trabajo justo antes de que se retirara el receptáculo donde depositarlos. Entonces, los alumnos regresaban a sus casas y a sus cuartos durante unas horas para celebrarlo antes de comenzar los preparativos de las clases del lunes. La mayoría de ellos estudiaba todo el domingo hasta bien entrada la noche
Para mí no había fiestas el sábado ni estudios el domingo; el Señor me dio la oportunidad de poner a prueba Su promesa. A principios de aquel año Él me había llamado por conducto de un humilde presidente de distrito a servir a la Iglesia en una responsabilidad que me obligaba a viajar desde primera hora del domingo hasta bien entrada la tarde a fin de visitar unas pequeñitas ramas y a los esparcidos Santos de los Últimos Días del lugar. Disfrutaba yendo a esos sitios, amando al Señor y confiando en que, de algún modo, Él cumpliría Su promesa. Y siempre lo hizo. Durante los breves minutos que podía dedicarle a prepararme la mañana del lunes antes de las clases, venían a mí ideas y una comprensión que superaban con creces lo que los demás obtenían estudiando todo el domingo.
No puedo prometerles el éxito académico ni tampoco decirles de qué manera honrará Él Su promesa de añadirles bendiciones, mas sí puedo prometerles que si acuden a Él en oración y le preguntan qué desea Él que hagan ustedes a continuación, prometiéndole que pondrán Su reino en primer lugar, Él contestará sus oraciones y honrará Su promesa de añadir sobre la cabeza de ustedes bendiciones hasta que sobreabunde. Los supuestos muros de la prisión del “no hay tiempo suficiente” empezarán a ceder aun cuando se les pida más cosas.

La verdadera vida es la vida eterna

La verdadera vida para la que nos estamos preparando es la vida eterna. El conocimiento secular tiene para nosotros un significado eterno. Nuestra convicción es que Dios, nuestro Padre Celestial, desea que vivamos la vida que Él vive. Todo lo que podamos aprender que sea verdadero mientras vivamos en esta vida se levantará con nosotros en la Resurrección, y todo lo que podamos aprender realzará nuestra capacidad de servir. Tal es el destino reservado no sólo para las mentes brillantes, para los que aprenden con más rapidez, o para quienes acceden a las profesiones más respetadas. También lo recibirán quienes sean humildes y buenos, quienes amen a Dios y quienes lo sirvan con toda su habilidad, independientemente de sus limitaciones, pues todas son limitadas si las comparamos con las de Dios.
Ruego que sientan que tienen una deuda de gratitud con el Maestro de maestros, nuestro Salvador Jesucristo. Ruego que perciban el gran servicio que un amoroso Padre Celestial espera que les brinden a Sus hijos y que vean las oportunidades de aprender que Él les tiene reservadas.

Vean, sientan y escriban

“La mayoría de las personas limitan su aprendizaje principalmente a aquello que oyen o leen. Sé sabio. Desarrolla la actitud de aprender por lo que ves y, particularmente, mediante lo que el Espíritu Santo te haga sentir... Anota las cosas importantes que aprendas del Espíritu y guarda esas anotaciones en un lugar seguro. Expresa gratitud por la ayuda recibida y obedécela. Esa práctica afirmará tu capacidad de aprender por el Espíritu y permitirá que el Señor guíe tu vida y te ayude a utilizar de manera más provechosa cualquier otra capacidad latente en ti”.
Élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce Apóstoles, “Cómo adquirir conocimiento y la entereza de utilizarlo con sabiduría”, Liahona, agosto de 2002, págs. 12-19.
Todo lo que podamos aprender que sea verdadero mientras vivamos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección.
Nuestra prioridad debiera ser el aprendizaje espiritual. Para nosotros, la lectura de las Escrituras debiera anteponerse a la lectura de los libros de historia.
La Iglesia ha erigido institutos de religión por toda la tierra siempre y cuando haya un número suficiente de jóvenes miembros.
Para cada uno de nosotros, cualesquiera que sean nuestros talentos, Él nos tiene preparado servir; y el hacerlo bien siempre incluye el aprendizaje, no sólo una vez o por un tiempo limitado, sino continuamente.
Nuestra formación no debe cesar nunca. Si acaba en la puerta de la clase el día de graduación, habremos fracasado; y necesitaremos la ayuda de los cielos para saber cuál de entre toda la miríada de cosas que podríamos estudiar sería más sabio aprender.


Fuente: https://www.lds.org

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