lunes, 18 de febrero de 2013

Pero estábamos enamorados

Nombre omitido


Conocía el consejo—no salir como novios durante la adolescencia. Pero pensé que éramos la excepción a la regla.
Soy una alumna del último curso de escuela secundaria y he dejado de salir con un mismo chico de forma constante.
Cuando por fin tenía 16 años, el chico que me había gustado por mucho tiempo me invitó para salir por primera vez en mi vida. Estaba entusiasmada y no podía creer que estaba realmente interesado en mí. Una salida se convirtió en otra y después en tres, y antes de que me diera cuenta, estábamos saliendo en pareja. Empezó a gustarme más y más, y quería pasar todo el tiempo con él. Todo comenzó de una manera tan maravillosa, casi de película—nos llevábamos muy bien, nos entendíamos, y nunca nos peleábamos. Me trataba como a una princesa.
Al continuar saliendo solos, mis padres empezaron a preocuparse y trataron de limitar nuestras salidas. “¿Qué sabrán ellos?”. Pensaba dentro de mí. Después de todo, nos habíamos establecido nuestras propias reglas y nos habíamos prometido no cruzar la línea. Mis padres empezaron a querer saber dónde estaba en cada momento. Con el tiempo, empecé a mentir acerca de con quién o dónde estaba. “Pero, ¿qué mal habría en hacerlo?”, pensaba para mis adentros. “Después de todo, yo estoy siendo una buena influencia en mi novio; lo estoy alentando para que sirva en una misión. Y nunca he sido tan feliz. Si mis padres entendieran eso solamente, entonces nos permitirían salir en pareja, porque ciertamente somos la excepción a la regla”.
Cuando empezamos el quinto mes de nuestra relación, me pareció que debía de tratarse de amor verdadero. Pensé que seguiríamos hasta su misión y luego lo esperaría hasta que regresara. Era perfecto. Sin embargo, cuando empezamos a hablar acerca de nuestro futuro, nuestras opiniones acerca de su misión no coincidían y decidimos tomar un pequeño descanso en nuestra relación.
A medida que el “descanso” se hacía más largo, me llegaron comentarios de su problema con la Palabra de Sabiduría. Me sentí traicionada y estaba destrozada. ¿Cómo pudo haberme ocultado eso? Cuando me enteré que los rumores eran verdaderos, hice lo más difícil que jamás había tenido que hacer: rompí nuestra relación definitivamente.
Aun hoy me asombra lo dolida y angustiada que me sentí por romper la relación. Estaba tan encariñada con mi novio que en realidad había empezado a pensar que estaba “enamorada”. Me sentía muy dolida por dentro y traté de encontrar distracciones para aliviar el dolor.
Un día me di cuenta que, finalmente, todo tenía sentido: “Yo no soy la excepción a la regla. Nadie es la excepción a la regla”.
Un día estaba pensando acerca de esos cinco meses y finalmente todo tenía sentido: “Yo no soy la excepción a la regla. Nadie es la excepción a la regla”. A pesar de que había sido cuidadosa para permanecer moralmente limpia y había hecho mi mejor esfuerzo para preparar a mi novio para una misión, eso no constituía una excusa para mis acciones. Todavía iba en contra de lo que el profeta aconsejaba que hiciéramos. No importaba cómo lo mirara a partir de ese momento, me di cuenta de que había obrado en contra de los deseos de mis padres, maestros, profetas y mi Padre Celestial. ¿Cómo había sido capaz de estar tan distante de mi Padre Celestial? ¿Cómo había permitido estar en tal falta de armonía con el espíritu por tanto tiempo y tan cerca de tentaciones físicas?
Comencé a ver cada mentira que Satanás me había llevado a creer. Me aterrorizaba saber que había permitido que Satanás tuviera tanto poder sobre mí durante esos cinco meses.
Comencé a darme cuenta de otras cosas, incluso que se nos aconseja mantenernos alejados de salir en pareja por más razones que sólo el propósito de ser moralmente limpios. El salir como novios conlleva emociones, sentimientos y dolor para los que nuestros jóvenes corazones no están preparados. El salir en pareja puede privarnos de conocer a personas nuevas, salir con los demás y al final perder las oportunidades más grandes de la vida. El salir como novios puede arruinar la confianza que nuestros padres tienen en nosotros. Nos puede conducir a otros pecados, tales como mentir, perder la influencia del Espíritu Santo y finalmente, poner en peligro nuestra dignidad para servir en una misión e ir al templo.
También me di cuenta de que aun cuando nuestro compañero eterno pueda ser alguien que conocimos en la escuela secundaria, como adolescentes no estamos aún emocionalmente o espiritualmente preparados para ese tipo de relación. Siempre sobrestimamos nuestra madurez y tenemos prisa por crecer. Pero realmente no hay necesidad de tener prisa cuando somos adolescentes. ¡Tendremos toda la eternidad para estar con nuestro compañero eterno!
No permitas que tus sentimientos te cieguen. No mientas a tus padres o a ti mismo acerca de tu relación con otra persona. El salir como novios sencillamente no vale la pena.
He aprendido que es peligroso permitirte pensar que eres la excepción a toda regla. No dejes que las atractivas mentiras de Satanás te disuada de hacer lo que sabes que es correcto.
No permitas que tus sentimientos te cieguen. No mientas a tus padres o a ti mismo acerca de tu relación con otra persona. El salir como novios sencillamente no vale la pena.

Para la Fortaleza de la Juventud

“No salgas con jóvenes del sexo opuesto hasta que tengas por lo menos dieciséis años de edad. Cuando empieces a salir, hazlo en grupo o con varias parejas; evita salir con frecuencia con la misma persona. El empezar a salir antes de eso puede llevar a la inmoralidad, a limitar el número de otras personas jóvenes a las que podrías conocer. Invita a tus padres a que conozcan a las personas del sexo opuesto con las que sales” (Para la Fortaleza de la Juventud, 2011, pág. 4).




Fuente: https://www.lds.org

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