domingo, 24 de febrero de 2013

Su gracia es suficiente

Brad Wilcox


¿Cómo funciona realmente la gracia de Dios?
Una vez una jovencita se acercó y me preguntó si podíamos hablar. Le dije: “Por supuesto. ¿Cómo puedo ayudarte?”.
“Simplemente no entiendo lo que es la gracia”, me dijo.
Le pregunté: “¿Qué es lo que no entiendes?”.
“Sé que debo dar lo mejor de mí misma y entonces Jesús hace el resto, pero ni siquiera soy capaz de dar lo mejor de mí”, respondió ella.
Yo le aseguré: “La verdad es que Jesús pagó nuestra deuda en su totalidad. Él no pagó por casi todo; lo pagó todo. Está saldada por completo”.
Somos salvos por medio de la gracia de Cristo, quien pagó el precio de nuestros pecados.
Entonces exclamó: “¡Ahora lo entiendo! ¿O sea que no tengo que hacer nada?”.
“¡Oh, no”, le aseguré, “tienes que hacer muchas cosas, pero no pagar aquella deuda. Todos resucitaremos. Todos vamos a volver a la presencia de Dios para ser juzgados. Lo que queda por determinar según nuestra obediencia es cuán cómodos estaremos en la presencia de Dios y qué grado de gloria recibiremos”.
Cristo nos pide que demostremos fe en Él, nos arrepintamos, hagamos y guardemos los convenios, recibamos el Espíritu Santo y perseveremos hasta el fin. Al cumplir con esto no estamos pagando las exigencias de la justicia, ni siquiera la parte más pequeña. En cambio, demostramos agradecimiento por lo que Jesucristo hizo al vivir una vida como la Suya. La justicia requiere la perfección inmediata o un castigo cuando nos quedamos cortos. Debido a que Jesús tomó ese castigo, Él nos ofrece la oportunidad de la perfección final (véase Mateo 5:48; 3 Nefi 12:48) y nos ayuda a alcanzar esa meta. Él puede perdonar lo que la justicia nunca pudo y puede venir a nosotros con su propio conjunto de requisitos (véase 3 Nefi 28:35).

La gracia nos transforma

El acuerdo de Cristo con nosotros es similar al de una mamá que proporciona lecciones de música a su hijo. Mamá paga al maestro de piano. Debido a que mamá paga la deuda por completo, puede acudir a su hijo y pedirle algo. ¿Y qué es eso? ¡Que practique! ¿La práctica del niño paga al maestro de piano? No. ¿La práctica del niño paga en sí a mamá por pagarle al maestro de piano? No. El practicar es como el niño demuestra agradecimiento por el regalo increíble de mamá. Es como él aprovecha la increíble oportunidad que su mamá le está dando de vivir su vida en un nivel más alto. La alegría de mamá no radica en que se le pague, sino en ver su obsequio en uso, ver a su hijo mejorar. Y así ella sigue pidiendo que practique, practique, practique.
Si el niño ve el requisito de la mamá de practicar como demasiado autoritario (“Uy, mamá, ¿por qué necesito practicar? ¡Ninguno de los otros niños tiene practicar! ¡De todos modos sólo voy a ser un jugador de béisbol profesional”!), quizás sea porque aún no ve con los ojos de mamá. Él no ve cuán mejor podría ser su vida si escogería vivir en un plano más elevado.
Del mismo modo, debido a que Jesús ha pagado a la justicia, Él puede ahora dirigirse a nosotros y decir: “Venid en pos de mí” (Mateo 4:19); “Guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Si vemos Sus requisitos como que pide mucho, quizás sea porque todavía no vemos a través de los ojos de Cristo. No hemos comprendido aún lo que Él está tratando de hacer de nosotros.
El élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles, ha dicho: “El pecador que se arrepiente debe sufrir por sus pecados, pero este sufrimiento tiene un propósito distinto a un castigo o pago. Su propósito es cambiar” (The Lord’s Way, [A la manera del Señor], 1991, pág. 223; cursiva en el original). Pongamos eso en términos del niño pianista: el niño debe practicar piano, pero esta práctica tiene un propósito distinto que el castigo o pago. Su propósito es cambiar.
Nuestras obras, como el arrepentimiento y guardar los mandamientos, no nos salvan, pero son requisitos establecidos por el Salvador para ayudarnos a transformarnos.
El milagro de la Expiación no es que simplemente podemos vivir después de morir sino que podemos vivir más abundantemente (véase Juan 10:10). El milagro de la Expiación no es que simplemente podemos ser limpios y consolados sino que puede transformarnos (véase Romanos 8). Las Escrituras dejan en claro que ninguna cosa impura puede morar con Dios (véase Alma 40:26), pero ninguna cosa que no cambie querrá hacerlo.
El milagro de la Expiación no es que simplemente podamos volver al hogar sino que, milagrosamente, nos sintamos allí como en casa. Si el Padre Celestial y Su Hijo no requirieran fe y arrepentimiento, entonces no habría deseo de cambiar. Piensen en sus amigos y familiares que han elegido vivir sin fe y sin arrepentimiento. Ellos no quieren cambiar. No están tratando de abandonar el pecado y estar cómodos con Dios. Más bien, están tratando de abandonar a Dios y estar cómodos con el pecado. Si el Padre y el Hijo no requirieran convenios y otorgaran el Espíritu Santo, entonces no habría manera de cambiar. Nos quedaríamos para siempre con sólo la voluntad, sin acceso a Su poder. Si el Padre Celestial y Su Hijo no requirieran perseverar hasta el fin, entonces no existiría la incorporación de esos cambios con el tiempo. Serían por siempre superficiales y en apariencia, en lugar de tener un efecto profundo en nosotros y ser parte nuestra, parte de quienes somos. Dicho con sencillez: si Jesucristo no requiriera práctica, nunca nos convertiríamos en santos.

La gracias nos ayuda

“¿Pero no te das cuenta de lo difícil que es practicar? Simplemente no soy bueno con el piano. Muchas notas las toco mal. Me cuesta demasiado hacerlo bien”. Espera. ¿No es todo eso parte del proceso de aprendizaje? Cuando un joven pianista toca una nota mala, no decimos que no es digno de seguir practicando. No esperamos que sea perfecto. Simplemente esperamos que lo siga intentando. La perfección puede ser su meta final, pero por ahora nos alegra que progrese en la dirección correcta. ¿Por qué esta perspectiva es tan fácil de ver en el contexto de aprender a tocar el piano pero tan difícil de ver en el contexto de aprender espiritualmente?
Muchos renuncian a la Iglesia porque están cansados de sentir constantemente que no lo logran. Lo han intentado en el pasado, pero continuamente sienten que no son lo bastante buenos. No entienden lo que es la gracia.
La gracia de Dios es poder divino para ayudarnos con todos nuestros defectos y está disponible para todos nosotros en todo momento.
Nunca debería haber sólo dos opciones: perfección o renunciar. Cuando se aprende a tocar el piano, ¿las únicas opciones son tocar en Carnegie Hall o renunciar? No. Crecer y desarrollarse toma tiempo. Aprender toma tiempo. Cuando entendemos la gracia, entendemos que Dios es longánimo, ese cambio es un proceso y ese arrepentimiento es un modelo en nuestra vida. Cuando entendemos la gracia, entendemos que las bendiciones de la expiación de Cristo son continuas y Su fuerza es perfecta en nuestra debilidad (véase 2 Corintios 12:9). Cuando entendemos la gracia podemos, como dice en Doctrina y Convenios, “[continuar] con paciencia hasta [perfeccionarnos]” (D. y C. 67:13).
La gracia no es un motor de refuerzo que funciona cuando nuestra fuente de energía se agota. Sino que es nuestra fuente de energía constante. No es la luz al final del túnel sino la luz que nos mueve a través de ese túnel. La gracia no se logra en algún lugar en el futuro. Se recibe aquí y ahora.

La gracia es suficiente

La gracia de Cristo es suficiente (véase Éter 12:27; D. y C. 17:8), suficiente para cubrir nuestra deuda, suficiente para transformarnos y suficiente para ayudarnos siempre y cuando lo requiera ese proceso de transformación. El Libro de Mormón nos enseña a confiar solamente en “los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías” (2 Nefi 2:8). Mientras lo hacemos, no descubrimos —como creen algunos cristianos— que Cristo no requiere nada de nosotros; antes bien descubrimos la razón que Él tanto requiere y la fortaleza de hacer todo lo que Él pide (véase Filipenses 4:13). La gracia no es la ausencia de las altas expectativas de Dios. La gracia es la presencia del poder de Dios (véase Lucas 1:37).
La gracia de Dios es suficiente. La gracia de Jesús es suficiente. Es suficiente. Es todo lo que necesitamos. No te des por vencido. Sigue intentándolo. No busques escapes y excusas. Busca al Señor y Su fortaleza perfecta. No busques a quien culpar. Busca a alguien que te ayude. Busca a Cristo y, cuando lo hagas, sentirás el poder habilitador y la ayuda divina que llamamos Su gracia sublime.

De un devocional pronunciado en la Universidad Brigham Young el 12 de julio de 2011.



Fuente: https://www.lds.org

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